El cambio generacional en las familias empresarias
Entender y atender a las nuevas generaciones es un gran desafío para las familias empresarias de hoy.
Por Sergio Messing
“Los chicos de ahora no son como los de antes”, me dice Alberto con amargura durante una conversación que tenemos en el transcurso del proceso de trabajo con su familia empresaria. Con ochenta años recién cumplidos sigue yendo todos los días a la empresa que fundó hace cuarenta y cinco cuando no aguantó más ser un joven ingeniero que respondía a las ordenes de otro.
Sus dos hijos trabajan en la constructora, y dos de sus nietos también. Claudio y Mariela, sus hijos, conducen la operación diaria. Gonzalo, hijo de Claudio ocupa un puesto jerarquizado en el área financiera. Laura, la hija de Mariela, es la responsable de la oficina técnica.
Todos son profesionales muy competentes. Nadie se queja de eso. Hacen lo que tienen que hacer, y lo hacen muy bien.
El problema es que ni Alberto ni sus hijos comparten y respetan la forma en que Gonzalo y Laura se relacionan con el trabajo. La flexibilidad con que manejan sus horarios, la frecuencia de sus viajes de vacaciones, la confianza que le dan a sus subordinados y las concesiones que les hacen, la falta de carácter para imponer sus opiniones por sobre las del resto.
El abuelo no comprende a sus nietos, cincuenta años menores que él. Los padres no comprenden a sus hijos treinta años menores que ellos. Y no puede ser de otra manera.
Han transcurrido tres generaciones que pocas cosas en común tienen en sus formas de pensar, sentir y actuar. Sobre todo, la última. Y por ello es natural que las expectativas que los mayores tienen respecto de los más jóvenes se vean defraudadas. Alberto, Claudio y Mariela esperan que Gonzalo y Laura tengan las ideas y la conducta que tendrían ellos, y eso no ocurre. Y creen que la causa es que no han sido lo suficientemente firmes, y aumentan su firmeza y la presión, consiguiendo solo mayor resistencia de los menores.
Las familias empresarias tienen que estar preparadas para aceptar y convivir con los cambios que traen aparejados cada generación, porque la velocidad y la profundidad de los mismos genera formar de vivir, y por supuesto de trabajar, que poco tienen en común con las que eligieron sus antecesores.
Cambiaron las expectativas, las motivaciones y los compromisos. Y si la familia pretende que la empresa tenga continuidad, más vale sentarse, conversar y hacerles lugar a esas nuevas formas, que subir la voz y decir “aquí las cosas siempre se hicieron así”. Solo conseguirán conflictos y deserciones.
No se trata de aceptar a incompetentes o irresponsables, sino de que puedan existir otros modos de aplicar la capacidad y la responsabilidad, otras formas de conseguir buenos resultados, distintas a las que usó el abuelo para conseguirlos. En ninguna empresa, familiar o no, existen las fórmulas eternas para gestionar.
Si no hay espacio para las expectativas, si no hay motivación para los sucesores; no habrá sucesores. Las cosas cambiaron, es una realidad. Ya no son como antes. Alberto puede disgustarse, sus hijos quejarse, pero sus nietos tienen otras formas de hacer bien lo que hay que hacer. Y si no los dejan hacer a su modo, buscaran otro lugar en donde puedan hacerlo.
Cambiaron, también, algunas preguntas. Ya no es “¿dónde está Laura?”, sino “¿Mandó Laura el presupuesto que tenía que terminar hoy?”. Ya no es “¿Gonzalo le dio las órdenes a su gente?”, sino “¿cómo está haciendo Gonzalo para apoyar a su equipo de trabajo?”.
Conocer a los nietos, conocer a los hijos, es también conocer las características de la generación que integran para poder formarnos respecto de ellos expectativas ajustadas a lo posible, y para apoyar su desarrollo con lo que necesitan y no con lo que nosotros creemos que debe aceptar.
Esto no significa la pérdida de los valores que caracterizan a la familia empresaria a lo largo de la historia, ni la dilusión de la identidad familiar; sino un cambio de los actos a través de los cuales se manifiestan. Una cultura acorde con los tiempos sin que cambien las raíces. Otra forma de hacer las cosas.
Lo nuevo y lo viejo
La familia empresaria no solo no debe ser resistente a lo nuevo, a lo que traen las generaciones jóvenes, sino que debe ser proactiva a la comprensión e integración de los cambios. Hay que generar más y mejores vías de comunicación, más espacios comunes para compartir sin tanta solemnidad, paridad entre las distintas generaciones. Convertir el compromiso con la familia en compromiso con los familiares. Convertir el compromiso con la empresa en compromiso con las personas y los resultados. Convertir el compromiso con la historia en compromiso con el presente, y recién después con el futuro. Convertir el mandato ajeno en sentido propio.
Para ello el esfuerzo más grande, al contrario de lo que se cree, es el de los mayores. Los más jóvenes ya están incorporados a los nuevos paradigmas, nacieron con ellos, no necesitan adaptación. Hacen las cosas como se hacen ahora en la mayoría de las organizaciones empresarias exitosas en las que las personas de su edad quieren trabajar: libertad, autonomía, informalidad, decisión, apoyo. Están mostrando hacia donde tiene que cambiar el modo de hacer las cosas en la empresa familiar.
El cambio es muy complejo porque en algunos aspectos en las familias empresarias los mayores tienen que aprender de los menores, a la inversa de lo que pasó desde siempre.
Complejo pero posible. Más sencillo si se busca ayuda.
Continuará …