¿Puede el inconsciente ser un obstáculo en nuestra carrera profesional?
La respuesta es ciento por ciento afirmativa. Aprendí esto en la Facultad, pero lo comprobé definitivamente cuando conocí una persona durante un caluroso verano de 2004.
Fue en ocasión de mis primeras experiencias como capacitador, en las que uno de los participantes se mostraba siempre con un gesto adusto y sucesivos comentarios peyorativos respecto de sus compañeros como hacia mí.
Pasado algún tiempo, y aprovechando cierta cuota de confianza ganada con uno de los dueños de la fábrica, le comenté algo de lo sucedido en aquel momento, en alusión a los malos modos de esta persona durante las charlas. Curiosamente (o no tanto) éste me comentó que las mismas actitudes había tenido cuando formaba parte de la mesa chica de las decisiones, de la que luego había sido expulsado justamente por estas conductas. ¿Auto boicot? ¿Desinterés? ¿Enojo con el mundo acaso…? Quiso el destino que años más tarde me reencontrase con este hombre ya no como participante de un curso sino como uno de los designados para realizar un examen psicotécnico.
Una de las ideas fundamentales dentro de quienes trabajamos con personas es tener plena conciencia de que el tema no es con uno. Freud acuñó una frase memorable para graficarlo: “No es conmigo, sino con el lugar que ocupo” cuando explicaba su concepto de transferencia, consistente en un fenómeno de enamoramiento de la paciente hacia su terapeuta. Eso mismo, aplicado en este caso sería no tomar su enojo como dirigido hacia mi individualidad sino en todo caso con otro, ligado a su inconsciente.
Luego de tomar el tiempo necesario como para lograr una dosis de confianza, en posteriores conversaciones puedo decir que fui corriendo su velo a partir de salir de ese lugar persecutorio que me había asignado para situarme en el de un semejante. El objetivo de nuestras entrevistas no era terapéutico, pero tocaba temas familiares a menudo: es claro que la persona que trabaja es la misma que tiene otras vivencias fuera de su empresa como así también una historia.
“Mi viejo toda la vida fue un cagón. Y eso se lo voy a reprochar hasta el día de hoy. Nunca se animó a rebelarse contra las condiciones injustas que tenía en su empleo. Nunca tuvo huevos para defenderse tampoco de su propio padre, ni de defender a mi mamá cuando sus hermanos la subestimaban”.
Una epifanía
Esa frase fue un momento de verdad en sí mismo. El hecho de haber podido decir con palabras, con la simbolización que eso conlleva, permite al sujeto abordar situaciones desde otro punto de vista. Comprender la profundidad de algunas heridas a nivel inconsciente es un primer paso hacia su cicatrización que, si bien no será definitiva, cada vez dolerá menos si es tramitada con eficacia.
Para la mayoría de los hombres, el vínculo con su padre es conflictivo. Haya estado presente o ausente; sido bueno o malo, cariñoso o distante; exigente o permisivo. No se trata de modos, formas o categorías morales. Cuando el psicoanálisis lee a Hamlet lo hace para mostrar justamente la duda de un hijo ante el dilema de vengar a su padre. ¿No se supone que ese furor debiera surgir de manera espontánea, como respuesta inmediata y pasional ante el asesinato de un ser querido? ¿Por qué Hamlet duda? ¿Es una cuestión de amor? Sí, pero no por falta de él, sino a veces por exceso…
Lacan enseña que los sujetos debemos ir más allá de nuestro padre, a condición de servirnos de él. Si a esto lo llevamos al llano (aún a condición de perder rigorismo teórico) podremos decir que evidentemente este paso no había sido dado en Manuel. Que quedó entrampado en un reclamo eterno y una deuda impagable que lo convertía en acreedor por siempre.
Ir allende nuestro padre equivale a poder disfrutar de lo bueno que nos tocó o que conseguimos. Obtener un mejor trabajo, una pareja que nos ame o lograr el éxito en aquello que anhelamos solo es posible para los que se animaron a dar tal paso.
A veces hace falta un acompañamiento terapéutico para que ello suceda. Otras, un amor o el mismo devenir de las experiencias puede lograrlo. En todos los casos, lo que surgirá es el propio deseo. Ni el del padre ni el de los hijos.