Milanesas de soja y política agroindustrial
Hace poco más de 10 años, Cristina Fernández -por entonces a cargo de la presidencia- dijo en el corazón de la pampa fértil bonaerense que pretendía “darle valor agregado” a la producción nacional. Sostuvo que para ello es necesario que “la soja salga hecha milanesa o hamburguesa” porque “no tenemos que pretender ser el granero del mundo, sino la góndola del mundo”.
Por Ignacio Hintermeister
Las mejores intenciones chocaron con evidencias contundentes: la soja es forraje para animales y su excesivo consumo humano puede alterar necesidades de nutrientes; el “yuyo” se procesa en el mayor complejo agroindustrial del mundo en su tipo -en el sur de Santa Fe- y las exportaciones de granos, aceites y harinas son el principal recurso de dólares en una Argentina desesperada.
Alberto Fernández anunció hace pocas horas, ante empresarios norteamericanos, que la semana que viene enviará al Congreso un plan agroindustrial, que permitirá agregar valor y “dejar de producir alimentos para animales y hacerlo para seres humanos”.
¿Dejar de producir alimentos para animales? Eso sería un suicidio económico que agravaría la tragedia social. Es necesario tomar distancia del relato ideologizado y apuntar a las oportunidades en la crisis.
El Consejo Agroindustrial Argentino (CAA) tuvo a principios de agosto un encuentro con el presidente para promover un proyecto de Ley que posibilite llevar las exportaciones agroindustriales a U$ S 100.000 millones en 2030.
Los empresarios se pusieron a tono del discurso al bautizar la iniciativa como “Estrategia de Reactivación Agroindustrial Exportadora, Inclusiva, Sustentable y Federal”. Plantean crear 210 mil puestos de trabajo directos y cerca de 700 mil indirectos.
Pero en medio del camino, la Casa Rosada se zambulló una vez más en los dólares que genera el sector, evidenciando desesperación donde debiera haber un plan y promoviendo resentimientos en una cadena decisiva para el país.
La brecha en el tipo de cambio es enorme entre los $ 53 por dólar que cobra el productor y los 150 o más que vale el billete en la calle. Ese “dólar de delincuentes” -como lo califica el gobierno- es el medidor del fracaso, y revela escollos insalvables si la pretensión es atraer inversiones externas, tal como expuso el jefe de Estado en videoconferencia, ante la Asociación de Cámaras Americanas de Comercio de América Latina y el Caribe (Aaccla), una entidad que nuclea a 20.000 empresas.
El país no debe dejar de hacer lo que hace bien. Necesita -y puede- agregar más actividad en lugar de restringir lo que funciona. Para eso los actores de la economía deben tener confianza en el gobierno… y no la tienen. Eso explica por qué, a pesar de los U$ S 1000 millones de saldo positivo mensual en la balanza comercial, del acuerdo con bonistas privados y de la “amigable” disposición transitoria del FMI, el Banco Central sigue perdiendo reservas.
“Nosotros queremos que el Estado fije reglas claras y que los inversores simplemente las cumplan; que den empleo, inviertan y paguen sus impuestos”, dijo Alberto Fernández. Para eso es necesario que abandone el comentario de un deseo y tome decisiones coherentes, ejerciendo el cargo para el que fue elegido.