Los desacuerdos en las empresas familiares
“Al final, prefiero callarme y que no se arme lío porque después terminamos peleados y yo me siento culpable de romper la paz familiar”, me contaba Leonardo mientras tomábamos un café en un descanso de nuestro trabajo con él y su familia.
Por Mg. Sergio Messing
Leonardo tiene cincuenta y dos años, está casado con Lucía y tienen dos hijos: María Paula de veintiún años, estudiante de Ingeniería en Alimentación, y Darío de diecinueve que terminó primer año de Ciencias Políticas.
Es socio de su hermano, Alejandro, que cumplió cuarenta y cinco años y está casado con Hernán con quien tienen un hijo, Sebastián, que tiene siete años.
Leonardo y Alejandro son propietarios de una industria alimenticia fundada por ellos con dinero de la herencia que les adelantaron sus padres, que vende sus productos en todo el país, utilizando una estrategia de múltiples marcas que le permite tener presencia en canales de distribución diversos y llegar a un volumen de ventas que la posiciona en un lugar de privilegio a nivel nacional.
La relación entre los hermanos, tanto la familiar como la societaria, parece armónica, no refieren haber tenido grandes peleas, aunque algunas situaciones evidentes en la empresa (el alineamiento incondicional con uno u otro de las personas que en ella trabajan, la invasión de ámbitos de decisión por falta de definición de límites, algunas contradicciones en la estrategia de inversiones, etc.) hacen pensar que todo no es tan armónico como parece.
“Yo voy de frente, sin anestesia, y digo que lo que tengo que decir y que cada uno se banque lo que le toca, así como yo me banco lo que me tengan que decir”, me dijo Horacio en la primera entrevista personal que tuvimos al inicio de nuestro proceso de trabajo.
Él tiene sesenta años, y es padre de cinco hijos de tres matrimonios distintos. El mayor tiene treinta y seis años, y la menor tiene quince. Sus hermanos, y socios, son Ariel, que tiene sesenta y cinco años, es viudo y tiene dos hijas mellizas de treinta y cinco años; Ricardo, que tiene cincuenta y ocho años y tres hijos entre veintiocho y cuarenta años; y Aldo que tiene cuarenta y ocho y tres hijas entre doce y dieciocho años.
Los cuatro son propietarios de una empresa que fundó su padre en una ciudad del norte de la provincia de Buenos Aires, que se dedica a la comercialización de semillas y agroquímicos, y que en los últimos veinte años incorporó otras actividades como comercialización de máquinas y equipos agrícolas, acopio de semillas, servicios de fumigación, etc.
La relación entre los hermanos es afectuosa en lo familiar, aunque en el ámbito de la empresa se transforma en tensa, agresiva, con cierta violencia, porque son de decirse cualquier cosa en cualquier lugar. Tal forma de relacionarse no parece afectar el desempeño empresario ni el clima de trabajo del resto de las personas que, intuyo, se han habituado a las riñas fraternales.
Cada familia tiene su cultura
Cuando se trata de familias empresarias, esas culturas se trasladan a la empresa. No puede haber, salvo que sea forzado o patológico, una forma de ser en casa y otra en la oficina. Y a causa de eso, cada familia trata sus conflictos como sus valores, formadores de su cultura, le indican que es correcto.
La primera dificultad que tienen los conflictos es que son víctimas de mala prensa. Todos hablan mal de ellos, como si fueran una peste que es preferible evitar, situaciones que lo único que producen es daño y distanciamiento, causas de heridas que nunca cicatrizarán. En fin, un inventario de males demasiado largo, y demasiado injusto.
Entonces, como una imposición, presente en la bibliografía y las recomendaciones de muchos consultores, de lo que se trata es de evitar los conflictos en las empresas familiares. Cuantos menos conflictos aparecen, deberíamos pensar que más fuertes y sanas son la familia y la empresa. Creer que el silencio imperante, la velocidad crucero en los movimientos entre familiares, los gestos neutrales en los rostros, son inequívocas señales de la paz imperante por los acuerdos existentes.
Los conflictos no se pueden evitar
Definitivamente, son inherentes a las relaciones humanas e imprescindibles para disolver los obstáculos que impiden su desarrollo. Entonces, cuando creemos evitarlos, en realidad lo que estamos haciendo es negarlos, esconderlos, eludirlos, postergarlos; y eso nunca logra que desaparezcan, sino todo lo contrario, que se potencien y se descontrolen.
La clave está, no en la ausencia de conflictos, sino en la habilidad para afrontarlos y resolverlos cuando aparezcan. Darles la bienvenida, atenderlos con deferencia, analizarlos con inteligencia y con paciencia, y solucionarlos con habilidad e imaginación. No podemos aprender a evitar conflictos, pero si a resolverlos.
Para ello, la primera condición es generar un clima que permita encontrar soluciones en común y no potenciar los desacuerdos, buscar las causas de las divergencias y no los culpables de que aparezcan, pensar en salidas en las que estén contemplados los intereses de los divergentes, aceptar que para ello cada uno deberá resignar algo.
Nada de esto es posible en otro espacio que no sea el de la conversación. Y para ello hay que crear el hábito. Probar, una y cien veces, hasta encontrar el momento, el lugar, el modo que sea efectivo. El que cada familia, de acuerdo a su cultura, pueda construir. Con atención, esfuerzo y tolerancia.
Pudiendo conversar aparecerá la posibilidad de concretar el único camino constructivo que hacen de los conflictos una oportunidad: reconocerlos, analizarlos y atravesarlos.
Leonardo y Alejandro viven en la paz de los cementerios. Es posible que sigan sin grandes sobresaltos en su relación hasta que la alfombra no pueda esconder más basura abajo. Entonces, el más pequeño de los conflictos será el detonante de una crisis que puede llevar a situaciones muy problemáticas a la familia y a la empresa. El precio de haberse callado será muy alto.
Horacio, Ariel, Ricardo y Aldo, tienen un traguito amargo casi todos los días. Mastican un poquito de bronca que sus cuerpos y sus espíritus pueden tolerar sin inconvenientes. Se dicen lo que se tienen que decir, de la manera en que lo hicieron siempre, y así van para adelante. Con una empresa que se desarrolla y una relación que hace que, después de cada conflicto, todo termine en un abrazo.
Difícil pero no imposible. Un poco menos si se cuenta con ayuda profesional.