Además de ético, pagar es buen negocio
Transcurrida una década donde tuvimos un increíble ingreso de divisas producto de los altos precios de las materias primas que exportamos, creo que es momento de sopesar los resultados de esa “inmejorable renegociación de la deuda”.
Por Alberto Bottai
Hace muchos años, en el gobierno de Néstor Kichner, iniciábamos la renegociación de nuestra deuda externa, cuyo pago había sido suspendido por el gobierno anterior. Argentina hizo una oferta de pagar el 25%, lo que a mi criterio era deshonroso y de muy improbable concreción, pero la realidad no me dio la razón, por cuanto con alguna quita menor, se logró un acuerdo con aprox. el 76% de la deuda. La realidad es la única verdad y el acuerdo estaba firmado. Si bien ni esas condiciones me convencían de la conveniencia de este acuerdo, por esos días nadie pesaba como yo, incluyendo la oposición. Un nuevo invento de la “viveza criolla”, la que nunca pude explicitar.
Mi idea es que a las deudas hay que honrarlas y si no se puede afrontar el pago, se debe solicitar plazo suficiente, el que deberá ser amplio para poder cumplir. De esta forma, más que una confrontación con el acreedor estoy buscando un reacomodamiento para pagar y lejos de estar ahuyentando capitales los estoy atrayendo con mi voluntad de pago. Distinto es el caso cuando la deuda no pertenece a personas sino a Países, como es el caso del Fondo Monetario Internacional y club de París. Allí y en el marco de una negociación global para volver a colocar a Argentina como “País cumplidor”, se podía pedir quita a modo de ayuda para un país quebrado que quiere pagar sus errores, por cuanto es un fondo de ayuda y no hay personas directamente perjudicadas. Y si estoy proponiendo un pago completo, sería razonable que además de plazo, se nos concedieran tasas bonificadas.
Pero nosotros hicimos exactamente lo contrario: Nos granjeamos la antipatía de todas las personas del mundo que habían confiado en títulos Argentinos y le pagamos al Fondo Monetario sin pedir descuento en otro acto de soberbia. Y sin cerrar nuestro incumplimiento, tuvimos pendientes otras como la del Club de París (que recientemente acordamos pagar en su totalidad) y en todo momento sufrimos la persecución de los acreedores que, en defensa de lo suyo, no quisieron cobrar lo ofrecido y nos pusieron en situaciones vergonzosas cuando nos embargaron la Fragata Libertad o cuando nuestro presidente no pudo usar su avión por el temor a que sea embargado.
Como lo muestra el reciente acuerdo con el club de París, pareciera ser que lo único posible es lo razonable. Que las bravuconadas deberán quedar para alguna película de aventuras pero como nación deberemos pedir nuevamente la asistencia del Fondo Monetario y rogar a Dios que la Corte de los EE.UU. nos solucione el problema con la deuda impaga que en caso contrario nos pondría al borde de otro default. En suma, si con muy buenos ingresos, todavía estamos peleados con todo el mundo y dependemos de la justicia de otro país, entiendo que no hicimos una “inmejorable renegociación”.
En este contexto, es que me permito pensar que no estaba equivocado con mi idea que hay que honrar las deudas. Que es imposible evitar su pago con arreglos deshonrosos que si bien son aceptados por imperio de la necesidad, finalmente producen un efecto totalmente distinto al deseado, con un desprestigio internacional que influyó negativamente en nuestra economía. Imaginemos el desarrollo que pudiésemos haber logrado en estos años en un clima de confianza y amistad comercial con todo el mundo.
Esto me permite concluir: Además de ético, pagar deudas es buen negocio.